jueves, 28 de julio de 2016

The Cold Star (IV) (Hayden)



Disclamer: Santa Meyer los crea y ellos se juntan. Yo sólo me encargo de lo que ella no escribe. Hayden  y  Avril, me pertenecen; sus almas y demás personajes reconocidos son de su respectiva autora. Las imagenes tampoco son mías, pertenecen  a Summit.
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Parecía que iban a tirar la puerta de la fuerza que la estaba golpeando. O quizás fuese la resaca postnavideña y aún no me había dado cuenta de la hora que llegamos a casa y nos echamos a dormir. Desde luego, James Stewart tendría que esperar para el próximo año.
Avril, dormida a mi lado del sofá, había sobrevivido a sus regalos y a la euforia de saber que ahora era copropietaria de la casa donde celebramos la noche de Halloween. Como parecía que no había traumas por lo sucedido allí, ella podría convertir algunas habitaciones en estudios para sus dibujos y si quería algo de independencia económica, siempre podría acondicionar alguna habitación para convertirlas en aulas y dar clases de dibujo. Y para tener más autonomía y no depender de metros y transporte público, mis padres le habían regalado el coche que recogería cuando volviésemos a la ciudad. No comprendía como podía dormir a pierna suelta con la casa casi cayéndose por lo portazos.
Me masajeé las sienes mientras intentaba incorporarme del sofá. Maldije a June y su distraída cabeza. Se le había olvidado las llaves y ahora le corría prisa por echarse a dormir. Después de despertar a medio vecindario. Me miré hacia abajo. Sólo llevaba el pantalón del pijama; Avril sólo una camiseta que apenas le llegaba al muslo. Me encogí de hombros. June podría vivir con eso.
Medio zombie, caminé hacia la puerta, y con la lengua pastosa y voz gangosa, le medio insistí a la ruidosa dueña que se esperase.
Antes de girar el pomo, me tenía que haber dado cuenta que aquel olor no era de June. De hecho, era tan repulsivo que no podía imaginarme que fuese humano. Algo así como un tipo de perro revolcándose en su propia porquería. Se me estaba levantando el estómago.
Abrí la puerta dispuesto a decirle cuatro cosas al visitante ruidoso, pero nada más mirarme sus oscuros e inhumanos ojos cargados de oído hacía mí, me dejaron petrificado. Y como si un instinto primario se hubiese despertado en mí, achiqué los ojos y me puse en tensión dispuesto a lanzarme a su cuello.
Era absurdo. Si hubiera obedecido a ese instinto, hubiese tenido todas las de perder.
Mucho más alto y con más envergadura que yo, me hubiese dado una paliza antes de poderle tocar un pelo. Él parecía un animal salvaje protegiendo su territorio mientras arrugaba su nariz como si fuese yo la fuente de aquel olor repugnante.
Sin embargo, el K.O no llegó por un puño enterrado en mi estómago.

—Tú, has vuelto—ladró con una voz agresiva y gutural que dudaba que pudiese salir de una garganta humana.
Par