(Imagen sacada de Internet. No es mía, solo la tomo prestada)
Noté una extraña sensación de
vacío cuando los labios de Hayden se separaron de los míos, pero no dejó de
abrazarme, apoyando la cabeza en mi hombro, suspirando tenuemente mientras su
aliento calentaba aquella zona de mi piel.
Extraño dilema.
Echaba de menos estar en casa
con June y celebrar la cena con los Quileutes, durmiendo en el hogar de los
Black y compartiendo cama con un inquieta Isabella. Los Stevenson eran lo más
parecido a una familia de verdad que tenía Hayden. Y al verme alejada de mi
propia familia, no quería que él se privase de ellos por mí.
Por otro lado, me sentía muy
reconfortada estando con él. Como una especie de barrera que nos separaba del
mundo exterior, donde, dentro de aquel círculo, jamás podría pasarme
absolutamente nada.
Mi estómago acabó por tomar la
decisión.
Seguramente, notó el cambio de
temperaturas en mi piel cuando me sonrojé, porque sofocó su risa en mi cuello.
—Creo que es hora de dar comida
casera a alguien.
Me seguía resistiendo a
separarme de él y por eso le abracé con más fuerza.
—Avril—musitó con un ligero
reproche en su voz—,ya hemos hablado de como manejarnos en el mundo exterior.
No podemos ignorar que nos reclaman.
—¡Hum!—refunfuñé mientras le
acariciaba con lentitud la piel del cuello que su camisa dejaba al descubierto.
Se resistía, pero su piel de gallina no me engañaba. Le encantaba que yo le
intentase seducir—. Pero estamos tan bien los dos solos. Incluso, estoy
dispuesta a pasar directamente al postre.
—Buen intento—se rió entre
dientes, pero comprendí que no cedería porque
rompió nuestro abrazó y dio dos pasos hacia atrás para evitar la
tentación. Luego, me habló bastante en serio—: Vamos a pasar una noche genial.
Y a la familia de Jim les vas a encantar.
Lo sabía y por lo que me había
contado Jim, yo también quería conocerles. Podría sacar un lado de Hayden que
nunca habría visto con la pandilla de "amigos" con la que se juntaba
habitualmente. Quería saber más cosas del Hayden genuino.
Y estaba dispuesta a ir a
vestirme y salir de aquel círculo de confort para ir a comer algo delicioso en
una gran casa rodeada de desconocidos, pero no me resistía a picarle un poco
más.
—Muy bien—le concedí. Me desaté
el nudo del albornoz y dejé que cayese bajo mis pies. Me quedé desnuda bajo el
escrutinio de su mirada y puse la mano en mi cadera a modo de jarra para
insinuarle más—. Te doy de plazo desde que me dirija a mi cuarto hasta que me
ponga las bragas. Y te advierto que si en ese transcurso de tiempo, no nos
lanzamos al sofá y me tomas como un poseso, te despides de mi maravilloso
cuerpo en lo que te queda de noche.
Me dedicó una sonrisa torcida
tan hermosa que estuve a punto de perder el control del asunto.
—¿Crees que estás tomando el
control de la situación?—preguntó con un deje muy peligroso—. Tú no sabes con
quien estás negociando, pequeña.
El corazón me dio un vuelco y
fui incapaz de replicarle.
—¿Has visto el precioso culo
que estos pantalones me hacen?—me preguntó petulante y muy provocador. A
regañadientes, asentí intentando tragar saliva, lo cual era increiblemente
dificil cuando la garganta se me había quedado completamente seca—. Pues
considero que están muy bien puestos. Así que no cuela...por ahora.
Se me bajó la sangre a los pies
y me crucé de brazos refunfuñando.
—¿Qué tengo que captar de tu
indirecta?
Me lanzó su jersey negro, que
recogí a duras penas.
—Ve a vestirte...ahora—intentó
sonar autoritario pero un deje ronco le delató.
Le di la espalda teatralmente
mientras me dirigía a mi habitación, caminando lenta y sinuosamente. Pero sólo
provocó que se riera aún más. Exageradamente, cerré la puerta de un portazo.
—¡Coge el pijama y un cepillo
de dientes!—me ordenó desde el salón.
Le hice burla mentalmente.
En menos de cinco minutos, ya
estaba casi vestida—me faltaba elegir cual de mis jerseys era el más grueso—y
me estaba mirando al espejo para
colocarme la trenza de raiz. Con el horrible pelo que me había quedado después
de mi experiencia cercana a la estupidez no me podía permitir llevarlo suelto.
Opté por un jersey de color
gris que tenía más función de proteger del frío que de insinuar mi silueta, lo
que indicaba que era más friolera que coqueta. Abrí la puerta de mi cuarto y
salí a pata coja mientras me colocaba la bota de lana.
Hayden se había sentado
esperando. No me dijo nada pero me miraba con tal intensidad que comprendí que,
incluso con el jersey dos tallas más grandes, yo le parecía lo más bonito que
sus ojos hubiesen contemplado en su vida. Seguramente una sonrisa en mi cara
delataba que estaba tan radiante que juraría que flotaba.
Aún así, fingí estar muy
ofendida por resistirse a mis muchos encantos.
—¿Nos vamos ya?—le apremié dando
golpecitos en la muñeca para insinuar que se le hacía tarde.
Sin dejar de sonreir, asintió,
se puso de pie y se dirigió al perchero para coger mi abrigo. Caballerosamente,
me ayudó a ponermelo.
Antes de salir, me enfrenté a
él y me crucé de brazos. Se limitó a poner los ojos suplicandose paciencia a sí
mismo.
—Te advertí que si no me
impedías vestirme, te quedarías sin postre. ¡Pues ahora soy yo la que está muy
a gusto con la ropa!
—Sobreviviré a la ausencia de
azucar por unas horas—me dijo tranquilamente—. ¿Has acabado de chincharme y
podremos salir de una vez?
Tenía tantas ganas de soltarle
eso de: "Ahora contengo la respiración" como si me tratase de un bebé.
En su lugar, abrí la puerta muy dispuesta a salir de allí con toda mi dignidad.
Pero antes de atravesar el umbral, me agarró con la muñeca con tanta fuerza que
no me quedó otra opción que pararme.
Sólo con su aliento junto a mi
oreja fue capaz de acelerar los latidos de mi corazón.
—Me gusta tomarme mi tiempo con
mi postre para deleitarme. Y tú no sabes cómo de larga puede llegar a ser la
noche, pequeña—me susurró marcando cada silaba personalizando cada una de ellas
para que sonasen muy...sensuales.
Me dio un azote en el trasero,
y luego se dirigió a las escaleras, silbando algo completamente inocente.
—¡Cabrón manipulador!—musité
entre dientes.