(Imagen sacada de la película Lo que la verdad esconde. Renuncio a cualquier derecho sobre ella y la uso sin animo de lucro)
—¿
—¿Terapia de choque?
Y antes de que pudiera desechar
aquella ridiculez, mi mano ya estaba cambiando el grifo de ducha a bañera y
poniendo el tapón para llenarla.
Mi estómago se encogía, pero yo
estaba lo suficientemente ensimismada viendo como ésta se iba llenando que
podría ignorarlo.
Todas aquella experiencias eran
un fraude, estaba casi segura, pero y, ¿si lo de la terapia de choque pudiera
ser cierto?
Podría comportarme como una
persona casi normal y la hora feliz del agua dejaría de ser una tortura.
Y si no funcionaba...me
quedaría igual.
Conclusión: Si no lo intentaba,
jamás sabría qué pasaría.
Cuando el agua llegó al tope
que quería y comprobé que estaba a la temperatura idónea, me di ánimos:
—¡Vamos, Avril, tú puedes
hacerlo!
me impulsé, di un salto, y me
metí en la bañera, derramando una cantidad importante en el suelo.
Y tal como me había imaginado,
aquella experiencia estaba condenada al fracaso desde el minuto cero de
realizarla. Había algo mal y no se trataba de la típica ansiedad.
El agua estaba helada. Aquel
frío estaba calándome hasta los huesos incapacitándome para hacer el más mínimo
movimiento. Era incapaz de encoger las piernas y mover los brazos para
abrazarme a mí misma. Incluso cuando el instinto me decía que saliese de
aquella bañera, mi rigidez era completa.
Entonces, noté la presión de
una mano agarrándome los tobillos y, violentamente, me hundió hasta el fondo de
la bañera.
Me estaba ahogando pero era
incapaz de luchar por salir a la superficie y respirar. Aquella fuerza era cada
vez más vehemente y estaba segura que no
me soltaría hasta que hubiese acabado con su cometido.
Tragué agua y ésta tenía un
sabor desagradablemente salado.
Iba a rendirme cuando la
presión cedió y pude reunir fuerzas de flaqueza para que mi cabeza saliese.
Cogí varias veces aire, bastante exageradamente, como si presintiese que no lo
haría nunca más.
Tenía los ojos llenos de agua,
pero dentro de donde me encontraba, me pareció que había un elemento que no
encajaba. El reflejo de una llama.
Demasiado roja incluso para
tratarse de fuego.
Ni siquiera surgió una pregunta
en mi cabeza, noté una horrible presión en el cuello procedente de una mano
pálida y delicada pero tenía la misma fuerza que el hierro. Y volvía a
empujarme hacia abajo.
—¡No, no, no!—intenté
resistirme.
Una carcajada fue la respuesta
a mi suplica.
Con la mano que no me apretaba
el cuello, empujaba mi cabeza para introducirla dentro del agua.
En mitad de la lucha por no
sucumbir, pude mirar a los ojos a mi ejecutor y me aterré.
Yo había visto antes aquellos
siniestros ojos rojos, inyectados en sangre,
llenos de resentimiento y odio. Me odiaba a mí y no pararía hasta
ahogarme.
Y porque me quería ver muerta,
era cuando yo tenía que luchar por sobrevivir.
—¡He dicho que me sueltes! ¡No,
no, no!
Chillé y chillé pero lo único
que conseguía era tragar más agua e irritar la garganta.
Mi angustia se incrementó
cuando intenté ponerme de pie y comprobé que no llegaba al fondo, por lo que no
tenía un punto de flote. Me encontraba a la deriva.
Y un ruido seco me devolvió a
la realidad. Alguien estaba golpeando insistentemente algo consistente y me
descubrí sentada en la bañera y con más de la mitad del agua derramada por todo
el suelo del baño. Agua templada.
—¿Avril?—La voz tras la puerta
estaba teñida de angustia—. Avril, ¿qué está pasando?
Estaba conmocionada y tardé en contestar
más de lo que le hubiese gustado.
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