domingo, 1 de mayo de 2016

Snow, dust and ashes (II)



Disclaimer: Lo de Meyer le pertenece a ella, y el resto mio es. Imagen sacada de Internet.


A pesar de las heladas en carretera y el tráfico en hora punta, llegamos a nuestro bloque universitario. Por suerte para nosotros, el aula de examen de Avril estaba sólo a dos pasillos del laboratorio donde me examinaría de Hematología. Dado que ella empezaba una hora más tarde que yo, y había desistido de un último repaso, le fui enseñando las instalaciones donde me impartían algunas clases cuando no eran prácticas y no tenía que trasladarme al hospital.
El laboratorio estaba abierto, pero me mostré algo remiso a entrar por si había alguien como el Profesor Cullen o alguno de sus ayudantes preparando el examen, pero al llamar a la puerta nadie contestó. Eso me dio luz verde para entrar y enseñárselo a Avril con todo lujo de detalles.
Si le parecía una sala de colores asépticos, algo fría y muy técnica con los microscopios, lupas y las campanas de extracción, no me lo comentó. Parecía fascinada con las explicaciones y lo que realizamos aquí. Creí que quería asociarme con aquel entorno, y lejos de sobrepasarle, le gustaba bastante ir quitando capas de lo que me constituía, encajando el puzle de aficiones, vocaciones y aspiraciones y ésta, la del proyecto del médico, le costó muy poco asociarla conmigo. Esperaba que le pasase como a mí, y todas y cada una de las cosas que iba descubriendo de ella, me hacían que su conjunto me gustase cada vez más.
Arrugó un poco la nariz—un tic nervioso que le daba un aire muy gracioso a su cara—, al fijarse en el kit para la determinación del grupo sanguíneo.
—¿Quieres saber cuál es tu grupo sanguíneo?—le propuse en un arrebato. Aún faltaban quince minutos para que la gente empezase a llegar y posiblemente aquella proposición fuese en parte para calmar los nervios—era más por la expectación que por el examen en sí—, pero realmente quería saber más cosas sobre ella, y aunque yo mismo no me lo creía al principio, en la sangre estaba parte de nuestra esencia.
Avril se mostró algo remisa a mi plan.
—¿Eso es una aguja?—señaló nada entusiasmada—. Creo que paso.
Me mordí los labios mientras negaba con la cabeza.
—¿No quieres saber si eres compatible conmigo?—inquirí con una entonación bastante sugestiva para intentar convencerla.
Se rió nerviosamente.
—Prefiero el método de preguntar el signo del zodiaco para comprobarlo.
—Éste es mucho más fiable—le aseguré siguiendo la broma.
—¡Qué cosas más extravagantes me propones!
En respuesta a su queja, me le acerqué más al cuerpo, abrazándola por la cintura y dejando que apoyase la cabeza sobre mi pecho.
—Tú y yo nunca seremos una pareja que haga cosas normales. Pero, ¿qué nos importa? La normalidad está sobrevalorada.
La besé la coronilla y me olvidé del escenario donde nos encontrábamos.
Pronto me di cuenta que no estábamos solos. Avril me dedicó un gesto de desaprobación cuando me separé de ella pero al girarse en la dirección donde apuntaba la mirada se puso rígida y seguramente le mudó el color de la piel.
—Buenos días, Doctor Cullen—saludó a mi profesor en un susurro. Si no hubiese estado tan paralizada, seguro que hubiese escondido su rostro en mi hombro por la vergüenza.
—Señorita Summers—saludó cordial pero algo gélido—, me alegro ver que tiene mejor aspecto que la vez que nos conocimos.
Avril apenas balbuceó una respuesta. Seguramente estaba sorprendida que se acordase de ella. El doctor Cullen pareció que se había olvidado de nosotros, dirigiéndose con paso firme y elegante hacia la mesa para dejar el maletín y colgar el abrigo en el perchero.
—Veo que ha llegado bastante puntual para el examen, señor Newman. Espero que no haya pasado la noche en blanco estudiando.
Avril contuvo una carcajada y me sonrió algo picara, y por contenerme, le insté para que se callase en susurros.
Si el doctor Cullen nos oyó, no lo manifestó. Parecía estar ocupado colocando papeles en su mesa.
—Está bajo control, Profesor—contesté cortes.
—Pues me alegro de oír eso, señor Newman—me replicó sin dejar de concentrarse en su tarea—. Aunque con usted, me conformaré con que no se desmaye en mitad del examen práctico.
Me quedé tan anonadado con aquel comentario tan sarcástico dicho con una voz tan educada...y fría, que no supe darle una réplica adecuada.
Y cuando creí que podría exigir una disculpa por dejarme en evidencia delante de mí novia, la mirada que le dedicó a Avril, quien se despedía de mí con un beso en la mejilla y me recordaba que me esperaba después del examen para volver a su casa y recoger ropa, me dejó petrificado. Intensa y oscura, como si estuviese prediciéndole un destino fatal.  Sólo de pensar que a ella le pudiera pasar algo se me helaba el corazón...Pero cuando Avril salió por la puerta, completamente ajena al acecho de aquella mirada, su atención se centró en mí.
Me sentía confuso por algo que desentonaba.
Los ojos del doctor Cullen eran completamente negros. Para cualquier otro, aquel detalle sería insignificante, pero siempre recordaría el intenso color dorado de sus ojos la primera vez que entré en su aula.
Incluso, aquella oscuridad se reflejaba en su rostro. Mucho más pálido, ojeroso y demacrado que le daba a su belleza cierto aire de desolación y tristeza permanente.   Y ese era el mensaje que me quería transmitir sin pronunciar una sola palabra. Había algo en mí que le apenaba y le preocupaba y me lo estaba advirtiendo, pero no sabía el qué.
Desafiante, le devolví la mirada sin vacilar, dispuesto a descifrar cada variante de luz oscura que absorbía sus ojos por si había algo en ellos que me revelasen que significaba lo que quería decirme.
Nos mantuvimos la mirada el uno al otro sin ceder un ápice durante unos segundo interminables. Empezó a palpitarme la vena de mi sien y el nerviosismo invadía mi cuerpo. Mis dedos empezaban a temblar.
Y él se rindió para mi gran sorpresa. Desvió la cabeza, y como si se estuviese riendo de sí mismo, respiró profundamente.
—Pues ya que está aquí, señor Newman, podría ayudarme a colocar las mesas del laboratorio. Ya sabe donde se encuentra el material. iré a avisar a mis ayudantes y a sus compañeros. Creo que podemos hacer todo el examen aquí sin tener que molestar a nadie por moverse de aula—me dijo con voz tranquila.
Y con pasos rápidos, salió del laboratorio, dejandóme completamente descentrado y sin atreverme apenas a espirar todo el aire contenido.



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