jueves, 26 de mayo de 2016

The cold star (I)


Disclaimer: Esta imagen no me pertenece. Y lo que se pueda reconocer de la historia es de Santa Meyer, Hayden y Avril son míos.



The Cold Star (I)

Y sin otro altercado digno de comentar, nos dirigimos rumbo a Forks durante cuatro anonadas cuatro horas, incluso cuando Hayden, con ganas de llegar y pasando olímpicamente de que le pillase un radar y ganarse una multa, pusiera todo su empeño en una rápida conducción.
A medida que el paisaje se iba haciendo más uniforme y los colores de los bosques circundantes a la carretera se acromatizaban en sus variantes marrones, amarillas y verdes, dándome la sensación que estábamos explorando Dagobah (1) —Le daría al Maestro Yoda recuerdos de Jim, seguramente estaría escondido por alguna charca—, mi humor se iba ennegreciendo al igual que el cielo.
Lo sentía por Hayden porque no me estaba comportando como la mejor compañera de viaje, pero me encontraba demasiado apática para siquiera protestar por no dejarme conducir.
Si le pareció extraño mi comportamiento, no me lo dijo. Se limitó a conducir sin decir una sola palabra, aunque él sí parecía estar más entusiasmado que yo, cada vez que veía algo que le impresionaba, contenía la respiración o murmuraba algo así como: "¡vaya, qué bonito!". Se trataba de la novedad o eso quería pensar yo.
Cuando estábamos a veinticinco kilómetros del pueblo fue cuando le di mi primer regalo prenavideño y le hablé por primera vez:
—No te emociones tanto; la primera vez, es impresionante. Cuando lleves aquí cinco días, verás. Me suplicarás que volvamos a Chicago a la primera ocasión.
No me miró pero le oí reírse entre dientes.
—Somos disfuncionales, ¿lo sabías?—se burló—. Soy el chico de la ciudad grande y estoy más fascinado con estar aquí que tú, la que sales de aquí. —Suavizó su voz hasta convertirla en un susurro—: Pensé que estabas deseando volver a tu hogar. Además a un lugar tan bonito, es...hermoso. Incluso...
Achicó los ojos en un extraño tic y dejó la frase a medias.
— ¿Incluso qué?—le animé a que continuara.
Rió tontamente y sacudió la cabeza como si quisiera sacarse alguna tontería que le había surgido.
— No dejo de tener la extraña sensación de haber estado aquí antes. Que sé por donde tengo que ir y que cualquier camino ya lo he recorrido antes.
—Quizás fuiste a una excursión al noroeste del Pacifico. No sería raro. Has estado en Seattle y has podido visitar los alrededores. Esta zona es casi idéntica. Vista una casa, vistas todas.
Sonrió pero no parecía estar convencido del todo.
—También puede explicarse a que estés sufriendo lo que nosotros, los no médicos, llamamos Deja-vú—continué.
— ¿Desconexión neuronal en la zona donde reside la memoria?—se carcajeó—. ¡Claro, suena tan común como un resfriado!
—Si prefieres que te lo explique Nika.
Se puso tenso de repente, pero sólo fue un instante y se calmó.
— ¿Sucesos paranormales?—Arrugó los labios rechazando la idea pero con voz trémula—. Prefiero la causa de la falta de sueño. Eso es más plausible.
A cinco kilómetros del pueblo y cuando estábamos a punto de atravesar el cartel que nos daba la bienvenida a Forks—indicando el número de habitantes, que, ¡para mi sorpresa!, se había incrementado en casi dos mil en veinte años—, Hayden hizo una extraña maniobra y se desvió por un camino que no conocía. Tal vez se tratase de un atajo que el GPS nos facilitaba, pero aquella parte del bosque era tan desconocida que empecé a extrañarme de verdad hasta que empecé a rozar los límites del miedo.
—Hayden, por aquí no se va a mi casa—le indiqué—. De hecho, creo que no nos conduce a ninguna parte del pueblo.
El problema es que él tampoco entendía lo que pasaba.
— ¡Puf! Sólo estoy siguiendo las instrucciones de este maldito aparato—gruñó—. Tal vez sea un atajo.
Lo negué.
—No lo he seguido nunca. ¿Seguro que has introducido bien la dirección?
Hayden hizo un gesto con la mano para invitarme a que lo comprobase. Efectivamente, en la pantalla salía situada mi casa, pero no nos estaba llevando por el camino correcto.
—Tecnología inteligente—maldije entre dientes. Luego, le gruñí a él—. Debiste dejarme conducir a mí.
—Te aseguro que estaríamos más perdidos que ahora—copió mi tono sarcástico.
— ¿Insinúas que no conozco mi pueblo y lo que lo rodea?—le acusé.
—Pues al parecer, esta zona no tenías ni idea que existía.
¡Aquello era el colmo!
— ¡Vamos a volver sobre nuestros pasos!—grité—. Así que para este maldito coche y vamos a orientarnos...
Y antes de terminar la frase, el coche se paró repentinamente dejándonos en medio de la nada. Sorprendida, miré como Hayden echaba la cabeza hacia atrás del asiento, soltando una palabrota.
—Donde esté un buen Audi y toda su maravillosa tecnología alemana, que se quite toda esta basura fabricada vete a saber dónde. —Intentó varias veces volver a arrancar el coche, que para mi desesperación, ni siquiera hacia ruido—. ¡Estupendo! Nos ha dejado en la estacada.

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